Carta al Papa (León Degrelle) HABLA LÉON DEGRELLE (Barcelona, 1981) La época de los lavados de cerebro (León Degrelle)
Carta al Papa (León Degrell En el exilio a 20 de mayo de 1979
A Su Santidad el Papa Juan Pablo II
Ciudad del Vaticano
Ciudad del Vaticano
Muy Santo Padre:
Yo soy León Degrelle, el Jefe del Rexismo belga, antes de la segunda Guerra Mundial, y durante ésta, el Comandante de los Voluntarios belgas del Frente del Este, luchando en la 28ª, división de la Waffen SS "Wallonie". Ciertamente esto no es una recomendación a los ojos de la gente. Pero yo soy Católico como usted y me creo, por este hecho, autorizado a escribiros, como a un hermano en la fe. He aquí de que se trata: La prensa anuncia que con motivo de vuestro próximo viaje a Polonia entre el 2 y el 12 de junio de 1.979 Su Santidad va a concelebrar la misa con todos los obispos polacos en el antiguo campo de concentración de Auschwitz. Yo encuentro, os lo digo de antemano, muy edificante que se rece por los muertos, sean cuales sean y donde sea, incluso delante de unos hornos crematorios flamantes, de ladrillos refractarios inmaculados.
Pero me asaltan ciertas aprensiones, a pesar de todo. Su Santidad, es polaca. Esta condición aparece sin cesar, y es humano, en vuestro comportamiento pontifical.
Si os impresionan fuertemente viejos resentimientos de patriota que participó de lleno en su juventud en un duro conflicto bélico, podríais estar tentado de tomar partido, una vez hecho Papa, en disputas temporales, que la historia no ha esclarecido aún suficientemente. ¿Cuáles fueron las responsabilidades exactas de los diversos beligerantes en el desencadenamiento de la II Guerra Mundial?. ¿Cuál fue el papel de ciertos provocadores?. Vuestro presidente del Consejo de Ministros el Coronel Beck que todo el mundo sabe que era un personaje bastante sospechoso, ¿se comportó a caso en 1939 con toda la ponderación deseada?. ¿No rechazó con demasiada soberbia ciertas posibilidades de entendimiento?. ¿Y después?. ¿La guerra fue verdaderamente tal como se ha dicho?. ¿Cuales fueron las faltas, e incluso los crímenes de unos y de otros?. ¿Se han sopesado siempre con objetividad las intenciones?. ¿No se ha desvirtuado a la ligera o con mala fe, porque la propaganda lo reclamaba, la doctrina del adversario atribuyéndole unos proyectos y endosándole unos actos cuya realidad puede estar sujeta a numerosas dudas?.
A pesar de que la Iglesia siempre esté mucho mejor informada que nadie, a través de dos mil años de circunspección ha evitado siempre las posturas precipitadas, y ha preferido juzgar siempre sobre hechos probados, con calma, después de que el tiempo ha separado el grano de la cizaña, los furores y las pasiones.
Especialmente, la Iglesia siempre se distinguió por una moderación extrema, a lo largo de la II Guerra Mundial. Siempre se guardó cuidadosamente de propagar locas elucubraciones que corrían entonces. Muy Santo Padre, sobre vuestro suelo patrio - en Auschwitz particularmente -, afectado, quizás, por ciertas visiones incompletas y partidarias del pasado va usted simplemente a rezar?... Temo sobre todo, que vuestros rezos, e incluso vuestra simple presencia en esos lugares, sean inmediatamente desvirtuados de su sentido profundo, y sean utilizados por propagandistas sin escrúpulos, que los harán servir, escudándose en vos, para las campañas de odio, a base de falsedades, que emponzoñan todo el asunto de Auschwitz desde hace más de un cuarto de siglo. Sí, falsedades.
Después de 1945 - abusando de la psicosis colectiva que, a base de habladurías incontroladas, había trastornado a numerosos deportados de la II Guerra Mundial - la leyenda de las exterminaciones masivas de Auschwitz ha alcanzado al mundo entero. Se han repetido en millares de libros incontables mentiras, con una rabia cada vez más obstinada. Se las ha reeditado en colores, en películas apocalípticas que flagelan furiosamente, no sólo la verdad y la verosimilitud, sino incluso el buen sentido, la aritmética más elemental, y hasta los mismos hechos.
Usted, Muy Santo Padre, fue, según se dice, un resistente a lo largo de la II Guerra Mundial, con los riesgos físicos que comporta un combate contrario a las leyes internacionales. Ciertas personas añaden que usted estuvo internado en Auschwitz como tantos otros, usted ha salido de allí, ya que usted es actualmente Papa, un Papa que, con toda evidencia, no huele demasiado al famoso gas Zyklon B. Su Santidad, que ha vivido en estos lugares, debe saber, mejor que cualquier otro, que esos gaseamientos masivos de millones de personas nunca fueron realidad. Su Santidad, como testigo de excepción, ¿ha visto personalmente efectuar una sola de estas grandes masacres colectivas, tan repetidas una y otra vez por propagandistas sectarios?... Ciertamente, se sufrió en Auschwitz. En otras partes también, todas las guerras son crueles. Los centenares de miles de mujeres y niños atrozmente carbonizados por orden directa de los Jefes de Estado aliados, en Dresde, Hamburgo, Hiroshima y Nagasaki, tuvieron unos padecimientos mucho más horribles que los sufridos por los deportados políticos o los resistentes (entre ambos, el 25% por ciento de la población total de los campos), objetores de conciencia, anormales sexuales o criminales de derecho común (75% por ciento de la población concentracionaria) que padecían, y a veces morían, en los campos de concentración del III Reich. El agotamiento les devoraba. El hundimiento moral eliminaba las fuerzas de resistencia de las almas menos templadas. Las crueldades de ciertos guardianes desnaturalizados, alemanes, y mas a menudo no alemanes, de los "kapos" y otros deportados convertidos en verdugos de sus compañeros, se sumaban a la amargura de una promiscuidad multitudinaria. Cabe pensar que en algún campo hubiese algún chiflado que procediera con experiencias de muerte inéditas o fantasías monstruosas en torturas o asesinatos.
Sin embargo, el calvario de la mayor parte de los exiliados, habría terminado felizmente el día tan esperado del inicio de la paz, sino se hubiera abatido sobre ellos, a lo largo de las últimas semanas, la catástrofe de epidemias exterminadoras, ampliadas aún más por los fabulosos bombardeos que destrozaban las líneas de ferrocarril y las carreteras, enviaban a pique los barcos cargados de presos, como ocurrió en Lübeck. Estas operaciones aéreas masivas destruían las redes eléctricas, los conductos y depósitos de agua, cortaban todo abastecimiento, imponían por doquier el hambre, hacían imposible todo transporte de evacuados. Las dos terceras partes de deportados muertos a lo largo de la II Guerra Mundial, perecieron entonces, víctimas del tifus, de la disentería, de hambre, de las esperas interminables sobre las trituradas vías de comunicación. Las cifras oficiales lo establecen. En Dachau, por ejemplo, según las mismas estadísticas del Comité Internacional, murieron en enero de 1944. 54 deportados: En febrero de 1944: 101; pero en el mes de enero de 1945 murieron 2.888, y, en febrero de 1945 murieron 3.977. Sobre el total de 35.613 deportados muertos en este campo de 1940 a 1945, 19.296 fallecieron durante los últimos 7 meses de hostilidades; y queda demostrado que el terrorismo aéreo aliado no tenía ya ninguna utilidad militar, pues la victoria, de los aliados, al principio de 1945, ya estaba totalmente asegurada. Y por tanto, ya no era necesario de ningún modo, dicho terrorismo aéreo aliado. Sin esta loca y brutal trituración a ciegas, millares de internados hubiesen sobrevivido, en lugar de convertirse - entre abril y mayo de 1945 - en macabros objetos de exposición, alrededor de los cuales bullían manadas de necrófilos de la prensa y del cine, ávidos de fotos y películas con ángulos y vistas sensacionales, y de un rendimiento comercial asegurado. Unos documentos visuales, cuidadosa y previamente retocados, sobrecargados, deformados, y generadores de crecientes odios. Estos correveidiles de la información hubiesen podido, también, tomar kilómetros de fotografías similares de cadáveres de mujeres y niños alemanes, cien veces más numerosos, muertos exactamente de la misma manera, de hambre, de frío o ametrallados Sobre los mismos helados vagones al descubierto, y sobre los mismos caminos ensangrentados. ¡Pero esas fotos, igual que las de la inmensa exterminación de las ciudades alemanes, que nos descubrirían seiscientos mil cadáveres, ya se guardarían bien de darlas a conocer!. Hubiese podido turbar los ánimos y sobre todo, templar los odios. Y la verdad es que el tifus, la disentería, el hambre, los continuos ametrallamientos aéreos, golpeaban indistintamente, en 1945, tanto a los deportados extranjeros como a la población civil del Reich, todos atrapados por unas abominaciones propias del fin del mundo.
Por lo demás, Muy Santo Padre, en lo que se refiere a una voluntad formal de genocidio, ningún documento ha podido aportar la menor prueba oficial de ello, desde hace más de 30 años. Más especialmente, en lo que concierne a la pretendida cremación, en Auschwitz, de millones de judíos en fantasmales cámaras de gas de Zyklon B, las afirmaciones lanzadas y constantemente repetidas desde hace tantos años, en una fabulosa campaña, no resisten un examen científico serio.
Es descabellado imaginar, y sobre todo pretender, que se hubieran podido gasear en Auschwitz 24.000 personas por día, en grupos de 3.000, en una sala de 400 metros cúbicos, y menos aún, a 700 ú 800 en unos locales de 25 metros cuadrados, de 1 .90 metros de altura, como se ha pretendido a propósito del campo de Belzec: 25 metros cuadrados o lo que es lo mismo, la superficie de un dormitorio. Usted, Santo Padre, ¿lograría meter 700 ú 800 personas en vuestro dormitorio?. Y 700 ú 800 personas en 25 metros cuadrados, esto hace 30 personas por cada metro cuadrado. Un metro cuadrado, con 1,90 metros de altura ¡es una cabina telefónica!. ¿Su Santidad, sería capaz de apilar a 30 personas en una cabina telefónica de la Plaza San Pedro o del Gran Seminario de Varsovia?, ¿o en una simple ducha?. Pero si el milagro de los 30 cuerpos plantados como espárragos en una cabina telefónica o el de las 800 personas apiñadas alrededor de vuestra cama se hubiese realizado, un segundo milagro tenía que haberse producido inmediatamente, pues las 3.000 personas ¡el equivalente de dos regimientos! hacinadas tan fantásticamente en la habitación de Auschwitz, o las 700 ú 800 personas apretujadas en Belzec a razón de 30 ocupantes por metro cuadrado, ¡hubiesen perecido casi al instante, asfixiadas, por carencia de oxígeno!. ¡No hubieran hecho falta las cámaras de gas!. Todos habrían dejado de respirar, incluso antes de que se hubiese terminado de hacinar los últimos, que se cerrasen las puertas y se esparciera el gas por la sala. ¿Y como se hacía esto último?¿Por unas hendiduras? ¿Por unos agujeros?¿Por una chimenea?, ¿bajo forma de aire caliente?, ¿con vapor?, ¿vertiéndolo sobre el suelo?. ¡Cada uno cuenta lo contrario del otro! ¡EI Zyklon B, no alcanzando más que a cadáveres, no hubiese representado la menor utilidad!.
De todas maneras, el Zyklon B es, como toda persona interesada en la ciencia puede saber, un gas de empleo peligroso, inflamable y adherente. También veintiuna horas de espera hubiese sido necesarias, e incluso indispensables, antes de que se hubiese podido retirar el primer cuerpo de la fantástica sala. Sólo después se hubieran podido extraer como se han complacido en contárnoslo, con miles de detalles escabrosos todos los dientes de oro, todas las fundas de plomo en las que escondían, se dice, diamantes, de cada lote de seis mil mandíbulas rígidas - ¡tres mil personas! - , contraídas tras la muerte, o de 48.000 mandíbulas diarias si se creen las cifras oficiales de 24.000 gaseados cotidianos solamente en Auschwitz.
Muy Santo Padre, por muy santo que sea Su Santidad. ¡Usted soportará al dentista alguna vez, con más o menos resignación, ¿os han extraído un diente?, ¿dos dientes?. ¿Se os han instalado en una silla de dentista con potentes reflectores, enfocados sobre las mandíbulas con útiles perfeccionados y con un paciente que se presta a sus prescripciones?. Pues bien, la extracción, en unas óptimas condiciones, tarda su tiempo. ¿Un cuarto de hora?, ¿media hora?. En Auschwitz, según las leyendas, a los cadáveres que yacían en el suelo, era necesario abrirles, con muchas dificultades, las mandíbulas endurecidas, descontraerlas, y tratarlas mediante instrumental necesariamente primitivo. Con ocho operadores en total: Es la cifra oficial. Y después tenían que examinarlos sin luz apropiada, a ras del cemento, y no solamente un punto enfermo de la dentadura, ¡sino las dos mandíbulas enteras!, ¡arrancar, vaciar, limpiar!. ¿Puede hacerse esto en menos tiempo que en casa del especialista, perfectamente equipado?. Dígnese Su Santidad tomar un lápiz. A razón de un cuarto de hora por dentadura y con ocho individuos a pleno rendimiento en la operación se podría llegar a 16 cadáveres tratados por hora, es decir, 160 en una jornada de 10 horas sin un minuto de reposo. Piense Su Santidad incluso en un estajanovista de las dentaduras, y doble el ritmo de las extracciones, lo que es además materialmente imposible: Esto supondría 320. Entonces, Muy Santo Padre, ¿cómo imaginar cremaciones de 3.000 judíos de una sola vez?, ¿y las jornadas de 24.000 gaseados con Zyklon B, que representarían 48.000 dentaduras para vaciar o sea más de 760.000 dientes a examinar diariamente?. Simplemente ateniéndose a los seis millones de judíos muertos - algunos han doblado y triplicado la cifra, que la propaganda machaca continuamente en nuestros oídos -, estos extractores de mandíbulas hubiesen seguido, unos años después de la guerra, en plena actividad.
Estas extracciones, solamente estas extracciones, en diez horas de labor ininterrumpida, ¡hubiese absorbido un trabajo de 1.875 jornadas de todo el equipo de 8 individuos!
Pero además, estas extracciones solo eran una formalidad preliminar. Hacía falta también rapar millones de cabelleras. Después, antes de pasar los cadáveres al horno. Se procedía - según lo que todos los "historiadores" de Auschwitz afirman ex-cátedra - al examen de todos los años y todas las matrices, de cuyo fondo se trataba de recuperar los diamantes y las "joyas" que hubieran podido ser escondidas. ¿Se imagina usted esto Muy Santo Padre?. ¡Seis millones de años, tres o cuatro millones de matrices limpiados a fondo, cuando se nos ha explicado que, después de los gaseamientos masivos, los cuerpos chorreaban de excrementos, de sangre femenina y de otras inmundicias!. En estos órganos sucios, los dedos, las manos de los operadores, debían revolver todo, descubrir los supuestos diamantes escondidos, traerlos pegajosos, lavarlos, lavarse ellos, 24.000 veces por día (los años), 15 ó 2.000 veces por días (las matrices). ¡Es una locura!. ¡Todo esto es de locos!. Y no hablemos de las actividades complementarias: Fábricas de abonos ú fábricas de jabones, de las cuales el delirante profesor Poliakov habla sin pestañear.
¡Estas operaciones de gaseamiento, de corte de pelo, de extracción de dientes, de limpieza de órganos, realizados sobre seis millones de judíos, o siete millones, o sobre quince millones según el Padre Riquet, o sobre veinte millones - ¡es decir más que los judíos existentes entonces en el mundo entero! - según el diccionario Larousse, seguirían todavía si se admitieran como exactas las afirmaciones "oficiales" de los manipuladores de la "historia" de Auschwitz'. ¡Entonces, si que tendría Ud., Muy Santo Padre, que taparse la nariz cerca de las cámaras de gas, y transpirar al calor de los hornos de Auschwitz, en el transcurso de su misa concelebrada!
Si se hubiese multiplicado el número de cadáveres reales y normales por diez, o por veinte, la estafa de los muertos hubiese podido conservar un cierto aspecto de verosimilitud. Pero al igual que hemos visto en el caso del gaseamiento de 700 a 800 personas por dormitorio, al mentir demasiado se llega a lo grotesco.
Era precisa la insondable y apenas imaginable estupidez de las masas, para que semejantes extravagancias hayan podido ser inventadas, contadas, difundidas a los cuatro vientos, filmadas y creídas.
¡"Yo creo, declara bravamente un personaje de Holocausto, todo lo que se cuenta sobre ello"! ¡Declaración ejemplar!
Entonces, Muy Santo Padre, ¿cómo imaginar un instante que en Auschwitz, en la hora de la concelebración, mientras que todos los corazones, estrechados por el amor de Dios y de los hombres, van a participar en la renovación del sacrificio, un sacerdote, un Papa podría, en el momento en que levanta el cáliz hacia el cielo, ser consciente de que está encubriendo bajo su patio un despliegue de un odio tan bestial y de unas mentiras tan extravagantes, que están en el extremo opuesto de la enseñanza patética de Cristo?, ¡no!. ¡Ciertamente no!. ¡No es posible!. Vuestro mensaje, a cien pasos de la falsa cámara de gas de Auschwitz, no puede ser más que un mensaje de caridad, de fraternidad, igualmente de la verdad, sin la cual toda doctrina se hunde. Usted va a Auschwitz para recogeros, emocionado, en uno de los altos lugares del sufrimiento humano cuyas causas y cuyos responsables serán fijados verdaderamente, objetivamente, con el tiempo, por una Historia serena, y no recurriendo a testimonios obtenidos por la fuerza y a unas divagaciones de farsantes.
El Papa está por encima de todo esto. Está al lado de las almas que sufrieron, de las que, en el sufrimiento, se elevaron espiritualmente, pues no existe pena, ni calvario, ni agonía que no pueda llegar a ser sublime. Por ejemplo, en los campos de batalla de la II Guerra Mundial en que tantos millones de soldados cayeron tras horribles sufrimientos, e igualmente en los campos de trabajo, en que tantos murieron víctimas de intereses que no entendían pero que los aniquilaban: El sacrificio, el dolor físico y moral, la terrible angustia, convirtieron a miles de almas, que en circunstancias normales se hubiesen perdido en la mediocridad, en gloriosos ejércitos de héroes espirituales. Así fue en Auschwitz. Fue así en el Frente del Este, a lo largo de los años de lucha y de inmolación de millones de jóvenes europeos que, de 1941 a, 1945, hicieron frente heroicamente al empuje del comunismo. Seguramente, a través de toda la historia de los hombres, se han cometido atrocidades. Auschwitz, de todas maneras, no habrá sido ni el primer caso, ni el último. Nosotros lo vemos de sobra en la hora actual, cuando son masacrados tantas mujeres y niños sin defensa, aplastados en los campos palestinos por la aviación de Israel, ejecutando la Ley del Talión sobre unos inocentes, en memoria de los cuales, no se cantará probablemente nunca una misa concelebrada... Numerosas potencias han abusado muchas veces de su poder.
Numerosos pueblos han perdido la cabeza. No uno especialmente. Pero sí todos. Al lado de corazones puros y desinteresados que ofrecieron su juventud a un ideal, Alemania, tuvo, como todo el mundo, su lote de seres detestables, culpables de violencias inadmisibles. ¿Pero qué país no ha tenido los suyos?. La Francia de la Revolución Francesa, ¿no ha inventado el Terror, la Guillotina, los ahogamientos en el Loira?. ¡Napoleón no deportó, pero sí movilizó por la fuerza a centenares de millares de civiles de los países ocupados, enviados a la muerte por su gloria!. ¡Cincuenta y un mil nada más que en Bélgica!. ¡Es decir, más que los belgas que murieron a lo largo de la I Guerra Mundial o en los campos de concentración del III Reich. Más cerca de nosotros, un De Gaulle, ¿no presidió, en 1944-45, la masacre de decenas de millares de adversarios bautizados como "colaboradores"?. Más recientemente aún, en Indochina, en Argelia, Francia, ¿no hacinó a centenares de millares de prófugos, de rehenes, de simples civiles arrestados masivamente, en campos de concentración extremadamente duros en donde tampoco faltaron los sádicos?. Un General francés hizo incluso el elogio público de la tortura, ¿y la Gran Bretaña, con sus bombardeos de ciudades libres como Copenhague?. ¿Sus ejecuciones de cipayos atados en la boca de los cañones. Su aplastamiento de los boers. Sus campos de Concentración del Transvaal o con millares de mujeres y niños muertos en una miseria indecible?. Y Churchill, desencadenando sus abominables bombardeos de terror sobre la población civil del Reich, la calcinación por fósforo en las cuevas, aniquilando en una sola noche alrededor de doscientos mil mujeres y niños en el gigantesco crematorio de Dresde?. "Alrededor de". Porque no se ha podido hacer una estimación aproximada más que calculando el peso de las cenizas. ¿Y los EE.UU.?. ¿No han elevado su potencia gracias a la esclavización de millones de negros marcados al fuego ardiente como bestias, y gracias a la exterminación casi íntegra de los pieles rojas propietarios de los terrenos ansiados?, ¿no han sido ellos los lanzadores de la bomba atómica?. Ayer aún, ¿no han contado, entre sus tropas de Vietnam, con indiscutibles verdugos?. Y no insistimos sobre las decenas de millares de víctimas de la tiranía de la URSS y de los Gulags actuales, de los cuales, temo que no se dirá nada ni que usted visitará nunca como lo ha hecho con el campo de Auschwitz, vacío de todo ocupante desde hace decenas de años.
En Auschwitz, nadie lo negará, la vida ha sido dura, a veces muy cruel. Pero en los campos de los vencedores de 1945, los sádicos y los verdugos prosperaron rápidamente con igual abundancia, pero con muchas menos excusas, si se admite que una guerra mundial pueda albergar unas excusas...
Santo Padre, yo no querría empañar el placer que usted va a tener al encontrarse en su país. ¡Pero cuidado!, vuestra Patria valerosa, de la cual usted ha exaltado la elevación moral al glorificar a su admirable patrón San Estanislao, ¿no ha conocido ella también sus horas de crímenes y de envilecimiento?. En el momento en que usted va a pisar el suelo polaco de Auschwitz que recuerda especialmente la última tragedia judía, resultaría poco decente - si quiere ser justo - no evocar otros judíos innumerables muertos anteriormente por todo vuestro territorio, en unos progroms horribles, torturados, asesinados, colgados durante siglos por vuestros propios compatriotas. ¡Estos no han sido siempre unos ángeles, a pesar de ser tan católicos!.
Yo oigo todavía al Nuncio Apostólico de Bruselas, el que fue después Cardenal Micara, anteriormente Nuncio en Varsovia, cuando me contaba, en su excelente mesa, cómo los campesinos polacos crucificaban a los judíos en las puertas de sus granjas. "¡Estos cochinos judíos!", exclamaba, bastante poco evangélicamente el untuoso prelado. Estas palabras fueron pronunciadas tal cual, créame. La Iglesia ella misma, Muy Santo Padre, ¿ha sido siempre tan blanda?. Incluso en pleno siglo XVIII, ella quemaba aún a los judíos con gran aparatosidad. En plena ciudad de Madrid, particularmente. Pero ella, ¡los quemaba vivos!. La Inquisición no ha sido un pacífico redil. Las masacres de los albigenses se perpetraron bajo la égida de Santo Tomás de Aquino. Los asesinatos de la noche de San Bartolomé causaron la alegría del Papa, vuestro predecesor, que se levantó en plena noche para festejar, con un Tedeum entusiasta tan alegre acontecimiento, ¡y ordenó incluso conmemorarlo con una medalla!. ¿Y las treinta mil llamadas brujas, calcinadas piadosamente a lo largo de la Cristiandad?. Incluso en el pasado siglo, el papado restablecía aún en Roma el Ghetto. En el fondo, Muy Santo Padre, que no valemos mucho bien seamos Papas o Ayatollahs, parisinos o prusianos, soviéticos o neoyorquinos. ¡No hay por qué ser exageradamente orgullosos!. Todos nosotros hemos sido, en nuestros malos momentos, tan salvajes los unos como los otros. Esta equivalencia no justifica nada ni a nadie. Ella incita, sin embargo, a no distribuir con demasiada impetuosidad o benevolencia las excomuniones. Y las absoluciones.
Sólo se rechazará el salvajismo humano respondiendo al odio con la fraternidad. El odio se desarma, como todo se desarma, pero no ofreciéndolo continuamente con salsas cada vez más picantes. Ni excrementándolo. Y exasperándolo, como en el caso de Auschwitz, a fuerza de exageraciones locas, de mentiras y de falsas confesiones llenas de contradicciones flagrantes arrancadas por la tortura y el terror en las prisiones soviéticas o americanas, pues tanto valían las unas como las otras en los tiempos odiosos de Nuremberg.
Algunos hubiesen podido pensar que los filibusteros del exhibicionismo concentracionario y los falsarios que hicieron del asunto de los "seis millones" de judíos, la estafa financiera más remuneradora del siglo, iban a poner en fin un término a esa explotación. Gracias a todo el aparato de la grandiosa ceremonia religiosa que va, en vuestra presencia, a desplegarse entre los falsos decorados del plató de Auschwitz, en medio de un gigantesco baqueteo de televisión y de prensa, se intentará todo para convertiros en avalista inmiscuido de estos cheques del odio. Vuestro nombre vale su peso en oro, para todos estos gángsters. Saldrá en el mundo entero, como si el primer Holocausto no fuera suficiente, un Holocausto número dos que no habrá costado un millón de dólares como el otro, ya que Vuestra Santidad habrá suministrado absoluta y gratuitamente, a unos indecentes escenógrafos, la más fastuosa de las figuraciones.
El Holocausto número uno, cualquiera que haya sido su difusión y su impacto entre los tontos, no ha sido más que un gigantesco alboroto hollywoodiano, de una rara vulgaridad, y destinado ante todo a vaciar centenas de millones de bolsillos de espectadores no advertidos. Pero los estragos no podían ser más que pasajeros; se debería rápidamente notar que las extravagancias eran bufonescas, no resistirían al examen concienzudo de un historiador. Por el contrario, vuestro Holocausto, Muy Santo Padre, filmado con una gran pompa en Auschwitz, por un Papa en carne y hueso, revestido de toda la majestuosidad pontifical y ungido de veracidad, de cara a un altar inviolable, sobre todo en la hora del Sacrificio, este Holocausto número dos arriesga aparecer a los ojos de una cristiandad burlada por unos manipuladores sacrílegos, como una confirmación casi divina de todas las elucubraciones montadas por unos usureros llenos de odio.
Ya vuestra evocación ante las tumbas polacas de Montecasino, de una guerra de la cual - si se cree lo que ha dicho la prensa internacional - Su Santidad, no ha retenido más que ciertos aspectos fragmentarios y partisanos, ha inquietado a muchos fieles. Vuestra comparecencia ostentosa en Auschwitz no puede sino inquietar más aún, Muy Santo Padre, pues no es dudoso que se os va a "utilizar". Es tan evidente que revienta los ojos. Unos filibusteros de la prensa y de la pantalla han decidido hacerle caer, con la mitra por delante, con vuestra sotana blanca toda nueva, en esta trampa de Auschwitz. Sin embargo esta ceremonia religiosa no puede representar a vuestros ojos, ciertamente, en la hora de la concelebración, otra cosa que una llamada a la reconciliación, y de ninguna manera una llamada al odio entre los hombres.
Homo homini lupus, dicen los sectarios. Homo homini frater, dice todo cristiano que no es un hipócrita. Nosotros somos todos hermanos, el deportado que sufre detrás de las alambradas, el soldado intrépido crispado sobre su ametralladora.
Todos los que hemos sobrevivido a 1945, Ud., el perseguido convertido en Papa, yo, el guerrero convertido en perseguido, y millones de seres humanos que hemos vivido de una manera u otra la inmensa tragedia de la II Guerra Mundial con nuestro ideal, nuestros anhelos, nuestras debilidades y nuestras faltas, debemos perdonar, debemos amar. La vida no tiene otro sentido. Dios no tiene otro sentido. Entonces, de verdad, ¡qué importa el resto!. El día que Ud. celebre la Misa en Auschwitz a pesar de las imprudencias espirituales que puedan comportar unas tomas de posiciones de un Papa en unos debates históricos no conclusos, y a pesar de los fanáticos del odio que, sin tardanza, van a explotar la espectacularidad de vuestro gesto, yo uniré desde el fondo de mi exilio lejano mi fervor al vuestro.
Soy, Muy Santo Padre, filialmente vuestro.
León Degrelle.
HABLA LÉON DEGRELLE (Barcelona, 1981)
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La época de los lavados de cerebro (León Degrelle)
P) ¿Mientras los suyos se pudrían o morían en los calabozos, no fue relativamente mas envidiable su suerte personal?.
R) Me lanzaron a la cara, como lingotes de plomo, las mas inauditas acusaciones. Cualquier cosa valía con tal de flagelarme. Un diario belga como - ¡cristiana! - dedicó en 1945 toda su primera pagina, durante toda una semana, a acusarme de los delitos mas espantosos e imaginarios. Hoy la lectura de estos textos delirantes resulta casi cómica.
Entretanto, en Madrid, el general Franco era bombardeado con acusadores informes destinados a aplastarme. Caían en los jardines del honesto caudillo como verdaderos obuses. Llegaron a enviar a Madrid a un emisario belga de Postim, un multimillonario de garlitos llamado Marquet, que había entrado en la política por la puerta falsa. Estaba empeñado en mi persecución, pues aun tenia el trasero caliente de los puntapiés que le di en 1936 para defenestrarle de su escaño de senador.
Franco llego a impresionarse por los cuentos de este aventurero, entonces propietario del Ritz y del Palace, los dos hoteles mas importantes del Madrid de 1945. El Caudillo llamo a palacio a su cuñado y ex Ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suner.
El Caudillo, que me había recibido con mucha amabilidad en enero de 1939, durante la guerra, no sabia bien si debía protegerme o enviarme a Bruselas para expiar mis delitos. El gobierno belga se había dirigido incluso a la ONU para que esta exigiera de España mi entrega, y no para ser juzgado - ¡eso a ningún precio! -, sino para fusilarme. Inmediatamente, desde el hospital, escribí a la ONU para ofrecer el trasladarme a Nueva York, con el fin de ponerme a su entera disposición.
A mi me hubiera encantado que el Tribunal de Nuremberg, en vez de ser un simple episodio, se hubiese convertido en un instrumento constante de examen - y en caso de culpabilidad, de represión - de los crímenes de guerra, pero fueran los que fuesen, y dondequiera que hubiesen sido perpetrados. Para ayudar a la estabilización de ese procedimiento yo me declaraba dispuesto a comparecer inmediatamente ante el areopago oficial que se estableciera - o confirmara - a tal fin.
El ministro belga Spaak era entonces secretario general de la ONU. Y previo la tormenta. Jamás recibí ni una linea de contestación.
P) Entre los motivos de extradición figuraba fusilamiento ejecutado en un pueblo de Bélgica durante la ofensiva de las Ardenas en diciembre de 1944. Se llama Bande.
R) No quisiera importunar con consideraciones personales. Es la historia de una época lo que les interesa, el desarrollo de una gran tentativa - la de Europa -, y no las vicisitudes de un ser aislado.
Lo que yo haya podido conocer y sufrir después de la segunda guerra mundial solo vale en la medida en que su descripcion y análisis aporten alguna luz sobre la época. Si yo he sido perseguido con un odio tan salvaje, si otros millares de personas lo fueron como yo, mi relato y sus relatos pueden ayudar a la comprensión de nuestro tiempo. Psicológicamente, esta caza del hombre después de la segunda guerra mundial quedara como punto de referencia para los historiadores. ¿Como se pudo odiarlos y perseguir así?, se preguntaran los chicos y chicas del año 2000. En 1945 algún mecanismo de la sensibilidad humana se averío. Yo quisiera que las precisiones que usted me pide sean simplemente un testimonio mas de la conturbación que mato entonces, en millones de hombres, el sentido del respeto debido a las convicciones de los demás y a su idealismo. Se pisoteo a los vencidos. Se les arrastro por el lodo. Se inventaron las peores infamias para aplastarles no solo política, sino también moralmente, sin darse cuenta de que los vencedores, si mancillan al vencido, se deshonran ellos mismos. Todo lo que pueda decirle de las persecuciones que he sufrido personalmente en la postguerra, no valdrá mas que situado en esta perspectiva histórica.
Volvamos, pues, a los fusilamientos de Bande.
Bande era un pequeño pueblo perdido entre los bosquecillos de las Ardenas. Desde principios de 1945 la prensa aireo a todos los vientos que yo había mandado fusilar a un grupo de civiles - veintiocho, creo - al comienzo de la ofensiva de von Rundstedt. Se levanto con ello un gran alboroto. Tanto que la misma Comisión de Crímenes de Guerra se ocupo de este asunto de Bande y ordeno realizar una investigación sobre el terreno. El informe oficial fue categórico: Los soldados que habían realizado innegables ejecuciones en ese lugar eran todos miembros de la Wehrmacht. Ni siquiera de las SS. Habían creado, equivocadamente o con razón, que se enfrentaban a miembros del maquis. Los responsables alemanes ni siquiera eran militares del antiguo Reich, sino alsacianos, franceses pues, mandados por un suizo. Eran policías encargados de operaciones de protección a través de la región ardenesa, en donde se habían tendido numerosas emboscadas a los soldados alemanes durante la retirada de septiembre de 1944. En un pueblo llamado Rendeux-Bas, entre otros, según relatos de la prensa belga de entonces, habían sido asesinados setenta y un heridos alemanes de los ejércitos en retirada.
En las Ardenas belgas no se habla mas que el frances. Esos alsacianos y ese suizo al servicio de los alemanes conocían esta lengua. Por ello fueron elegidos. De ahí su presencia en Bande. Por eso realizaron también ese fusilamiento tan expeditivo. La Comisión de Crímenes de Guerra, una vez realizada la investigación, publico en 1946, en la Editorial Thone de Lieja, los resultados de la misma en una pequeña publicación oficial. Ni la sombra de una acusación, ni siquiera la mas leve sospecha, apareció contra mi. Ni siquiera se citaba mi nombre. Y por otra parte, ¿como iban a citarlo? Ni yo, ni ninguno de mis soldados, estábamos entonces en Bande, como tampoco en las Ardenas, donde entramos algunos días mas tarde, al anochecer del 25 de diciembre de 1944. Los días anteriores al fusilamiento de Bande me encontraba yo en Viena, no de incognito, sino públicamente, como orador. Di allí un mitin internacional. La crónica del mismo apareció en varias columnas de todos los órganos de prensa. Hubiese bastado consultar, de una simple hojeada, la primera pagina de los diarios alemanes de entonces para evitar una acusación tan incongruente.
De todas formas, la investigación de la Comisión de Crímenes de Guerra puso fin a todo ello de forma radical. Emitido el dictamen, hubiera tenido que desecharse definitivamente la acusación. Pero todo sucedió como si jamas se hubiese emitido el veredicto de la Comisión. El informe que me dejaba totalmente libre de culpas, publicado por la mas alta autoridad en la materia, permaneció virtualmente desconocido para el 99 por cien de los belgas. Será inútil tratar de buscarlo en las bibliotecas publicas. Esta guardado con llave en la del Senado belga, y aun hoy resulta imposible para un historiador el consultarlo. Ni un solo diario belga publico diez lineas sobre este informe de la Comisión de Crímenes de Guerra.
Todo quedo en la sombra.
P) Se le ha implicado a usted igualmente en otros asuntos criminales.
R) Se me endoso también un segundo crimen de guerra: El asesinato del burgomaestre de un municipio de los alrededores de Bruselas, que se llamaba Petre, ocurrido la ultima noche de 1942. Precisamente esa noche - por algo era joven - estuve bailando hasta el alba en casa de un fabricante de galletas. A las nueve de la mañana saboreamos los croissants del Año Nuevo, alegres pero reventados por las decenas de kilómetros de foxtrot y tango. Durante esas horas de relajamiento, la verdad es que no nos preocupamos mucho del Petre en cuestión. En realidad, jamas vi a ese alcalde en toda mi vida. Ignoraba lo que hacia y donde vivía. Y. sin embargo, ¡yo era también el asesino! La noticia apareció en primera pagina en los diarios de la posguerra. Fue comunicada a todas las cancillerías. En los debates parlamentarios belgas, los portavoces de los partidos la siguieron comentando y difundiendo durante meses con una elocuencia capaz de partir en dos el mas robusto roble.
¿Y que ocurrió después?. Dos años después descubrieron a los responsables. Eran unos nacionalistas flamencos. Con ocasión del proceso, el tribunal reconoció sin rodeos que yo no había estado implicado en absoluto en la liquidación de ese pobre Petrel. Reacción de la prensa. ¿Dio cuenta al publico de esa conclusión judicial?. ¡En absoluto!. Los periódicos belgas continuaron durante años colgando el sambenito en el cuello, como un maldito cascabel de castigo.
P) ¿Y los judios?.
R) En este tema mi caso fue como el de otros muchos a los que endosaron sin prueba alguna mil fechorías antijudias. Fue la moda durante decenas de años. Conocía, por tanto, la canción. Un día llegaron a determinar la cifra: ¡Yo había matado a dos millones de judíos!
Es muy bíblico. En la Biblia, en efecto, manejando simplemente la quijada de un asno, Sanson extermino de un solo golpe a siete mil inoportunos. En una noche, el ángel de Yahvé liquidó a 185.000 filisteos. En Samaria y en Hebron, los israelitas llegaron a abatir en combate a un millón de enemigos. Los hijos de Ammon llevaron a la batalla 32.000 carros (¡once veces mas que Hitler en 1940!). Los cuatrocientos o quinientos animales sacrificados por Salomon en el Templo de Jerusalen se convirtieron milagrosamente en 22.000 bucyes y 120.000 carneros. Los matemáticos judios de los tenían una buena escuela.
En mi caso, no molesté a dos millones de judios, ni a doscientos, ni a uno solo. Cero, absolutamente cero. Jamas toque un pelo de ningún israelita, ni en Bélgica ni fuera de Bélgica. Dicho esto, si pudieron inventarse tales mentiras respecto a mi sobre los judíos, ¿que puede creerse de las otras mil historias difundidas a bombo y platillo por todo el mundo?
P) Usted recibe frecuentemente a enviados especiales de prensa radio y televisión, ¿los reportajes que difunden despues son objetivos?. Recogen con honradez sus declaraciones. o, por el contrario, ¿estan censurado o incluso deformados?.
R) Centenares de reporteros me han asaltado en mi exilio. Muchos de ellos lo ignoran todo. Jamas leyeron cuatro lineas sobre el tema que parecía interesarles. A veces son de una ingenuidad aplastante. Una vez pregunte a la hija de uno de los grandes bonzos de la relevision luxemburguesa, que quiso acompañar a Madrid a la tropa de asaltantes de mi intimidad: Me dió esta respuesta admirable: ¡Me habían dicho que usted era Lucifer!.
No llegaba a comprender que yo no blandiera en mi mano un tridente al rojo vivo. Al principio esto le decepciono. Al final me beso al despedirse. Era evidente que yo no olía a azufre.
El resultado siempre es el mismo. La entrevista o se entierra o se truce. Si el reportaje destinado a televisión resulta favorable, no sale en pantalla. Si, a la vista de los gastos realizados, hay que proyectar algo, se eligen de las diez o doce horas de declaraciones filmadas diez o quince minutos, evidentemente los menos comprometedores. Se dan cortes, se arreglan trozos y, gracias a supresiones y reconstituciones, se le hace decir a uno a veces todo lo contrario de lo que dijo. Pero esto no basta. Como todo sirve, en los estudios de adaptación le pegan a uno en los talones un lote de comentaristas y de locutores en off, que en cuanto se han pronunciado unas palabras le tratan a uno de embustero y de mitómano, o bien sacan en pantalla cualquier impreciso papel que se supone demolira vuestra retahíla. Ese documento, preferentemente alemán y casi siempre irrisorio, se lo debieran haber presentado a uno - al menos por simple honestidad - antes del debate, para que pueda dar sus explicaciones. Pero no, lo guardan prudentemente para arrearle a uno durante la emisión el garrotazo en la nuca. Como se esta ausente, no se podrá replicar nada.
Ante cualquier tribunal del mundo, es el acusado quien tiene la ultima palabra. En televisión quien la tiene es el locutor. Después de su intervención cae el telón y se queda uno con dos palmos de narices. No obstante, algunos montan a veces un reportaje mas o menos correcto. Entonces es sencillo: El reportaje no aparece y se guarda en sus cajas metálicas.
Un ejemplo concreto: En 1966, tras habermelo rogado por escrito el director de la Televisión belga de lengua francesa, recibí a uno de sus equipos. Estaba bastante extrañando. Me dije: Esos reporteros de television actuaban de buena fe, lo reconozco, pero no me eran personalmente favorables en nada. La principal animadora era incluso sobrina del diputado comunista Brunfaut. Hicieron su tarea con decencia. Resultado: Cuando los censores vieron que no había salido demasiado mal, la serie - ¡de cuatro horas! - paso en el acto a mejor vida.
Acaso esta entrevista para la television va a tener mejor suerte?. Me permito dudarlo...
P) ¿Por que va a ponerlo usted en duda?.
R) Para mi, la puesta en el indice de su emisión ha sido filmada al mismo tiempo que su película.
Usted ha recibido autorizaciones oficiales y decisivas antes de venir a entrevistarme. No lo dudo, puesto que usted me las ha enseñando. Pero tampoco tengo la menor duda de que serán anuladas. Ya lo verá. Jamás aparecerá en sus pantallas la punta de mi nariz. El publico no tiene el derecho de saber. Solo tiene derecho a la prolongación de decenas de años de mentiras. No me oirá. No me verá.
Si las multitudes tuvieran conocimiento de nuestros argumentos, el asunto podría estropearse para los farsantes y estafadores de 1945.
Usted es my simpático, usted y todo su equipo, con el ojo pegado en cada uno de sus aparatos y manejando diligentemente hectómetros de película. Pero estas acabaran como todas las demás, en sus cajas. A pesar de los millones gastados.
Es la ley. En 1945 se fabrico una falsa verdad. ¡Prohibido a todo el mundo el tocarla!.
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